viernes, 7 de abril de 2006

El primer partido de fútbol

Un día de la primavera de 1894 pudo leerse en 'El Noticiero Bilbaíno' una llamativa reseña. Juzgada por muchos como una "fanfarronada", aquella nota era un desafío en toda regla. Once bilbaínos retaban, sin miedo ni vergüenza, a otros tantos ingleses a un "match" de un curioso deporte llamado "foot-ball". De procedencia británica, habían sido ya muchos, sobretodo hijos de familias acomodadas bilbaínas que estudiaban en colegios ingleses, los que se habían hecho lenguas de aquel nuevo deporte. También la colonia inglesa afincada en Bilbao se había encargado de que los locales se enterasen de su particular invento. Así, entre lo uno y lo otro, no tardaron en surgir voces que animaron a los vizcaínos a practicarlo.

De ahí el desafío lanzado en 1894 y que fue contestado a los tres días. Efectivamene, los ingleses no se arrugaron y se acordó disputar el partido el 3 de mayo, a las 10.30 de la mañana. Las alineaciones que saltaron al terreno de juego en aquel "match" iniciático fueron, por parte de los ingleses, "G. Baird, Hamilton, Wilson, McDonald, Rearey, Smeddon, Bill, Bruce, A. Roblo, Armstrong y Brand". El once local estuvo formado por "S. Borde, J. Alarcón, R. Lecue, B. Zabala, V. Milicua, B. Otero, A. Zubillaga, P. Unzueta, J. Azcue, F. San José y G. Graves". Los primeros jugaron con camisa color crema, mientras que la de los bilbaínos era blanca.

La diferencia de clase y de práctica se notó desde el primer minuto. Los ingleses, muy bien conjuntados, movían la pelota con fluidez y profundidad. Los bilbaínos, con mucho pundonor y entrega, compensaban su falta de entendimiento con voluntad y esfuerzo físico. De hecho, tanto derroche de energía les permitió lanzar unos cuantos remates envenenados contra la portería británica. La reacción de los ingleses no se hizo esperar y armaron el ataque con decisión. Mucho más fuertes que los locales, no había nadie entre éstos que los tumbara al choque. Sus cargas, en cambio, eran contundentes.

Esta dureza en el juego no gustó en absoluto al público asistente, que comenzó a protestar. Silbaron, gritaron, alborotaron y, en vista de que con ello nada conseguían, pues las cargas continuaban, decidieron invadir el campo. A punto estuvo de armarse una buena de no ser por la intervención de los jugadores locales, que explicaron a los exaltados que eso de las cargas era totalmente legal. Gestos de virilidad deportiva que pese a las indicaciones no terminaron de ser muy bien comprendidas por la concurrencia. Una vez desalojado el terreno de juego, el partido se reanudó y al descanso se llegó con un tres a cero a favor de los ingleses. Éstos, no se sabe muy bien por qué, obsequiaron a los bilbaínos con unas bandejas repletas de pollos asados. Todo un detalle que hizo que se prolongase el descanso y se mitigasen los ímpetus de los locales. El segundo tiempo fue de pleno para los británicos. El partido, el primero de la historia en Bizkaia, terminó con un inapelable 6 a 0 para los visitantes.

Pero la derrota fue un incentivo. Aquel deporte de once contra once, todos ellos con calzones detrás de un balón de cuero, tenía una cierta erótica que sedujo a un buen puñado de bilbaínos. Eran los "forzudos" del Gimnasio Zamacois. "Entre los que allí se reunían -cita José María Mateos- para hablar de fútbol y para practicarlo, en un pequeño campo inmediato a la fábrica de electricidad de Lamiako, se hallaban Juan Astorquia, Alejandro Acha, Enrique Goiri, Luis Márquez, Montero y los hermanos Iraolagoitia". Todos los domingos, ese grupo de futbolistas pioneros tomaba el tren de Las Arenas y se dirigía a su "terreno de juego" de Lamiako, donde, por falta de estación, no les quedaba más remedio que lanzarse en marcha. Pese a lo que pudiera pensarse, los "forzudos del Zamacois" ni eran locos ni eran superhombres. No se jugaban el tipo para saltar del tren, ya que contaban con la complicidad de los maquinistas, que por aquellos parajes disminuían la marcha trepidante del tren para evitar cualquier peligro.

Todo indica que fueron precisamente los que jugaban en Lamiako, con Juanito Astorquia a la cabeza, los que en 1898 constituyeron un grupo con el nombre de Athletic Club al que no le dieron forma legal alguna. Era, simplemente, su particular denominación para el equipo con el que jugaban los partidos dominicales. Fueron otros, sin embargo, los que oficializiaron el fútbol en Bilbao. Un grupo de muchachos que acostumbraban a disputar sus encuentros en unos terrenos situados al final del Paseo de Zugazarte decidió constituirse en sociedad legal con el nombre de Bilbao F.C.

Su primera directiva la formaron Carlos Castellanos, como presidente; Ramón de Aras Jáuregui, tesorero; y José de Zulueta, secretario. Influenciados por este hecho, Juan Astorquia, Enrique Goiri y Jose María Barquín, entre otros, participantes todos ellos de la tertulia del Café Gracia, situado frente al Palacio de la Diputación, decidieron, en febrero de 1901, redactar reglamento de su futura sociedad que fue aprobado el 11 de junio de ese mismo año. Se eligió como presidente a Luis Márquez; como vicepresidente, a Francisco Íñiguez; y como secretario, a Enrique Goiri.

Tras la pertinente aprobación del Regalmento por el Gobernador Civil, el 5 de septiembre de 1901 se celebró , en el Café gracia, la asamblea en la que se acordó "la constitución de una sociedad para el fomento de los deportes athléticos, y en especial del conocido con el nombre foot-ball, y que se llamase Athletic Club". La cuota anual para los socios se fijó en 2,50 pesetas y junto con la directiva del Bilbao F.C., se arrendaron las campas de Lamiako, propiedad de Enrique Aguirre y Ramón Coste, por 200 pesetas anuales. El local social ocupó un primer piso de la calle ribera, encima del Café Donostiarra, lo cual, por supuesto, hay que achacarlo al destino y no a mente retorcida alguna en busca de una rivalidad inexistente entonces. Y es que, en aquel año de 1901, tan sólo dos eran los equipos que podían competir entre sí: el Athletic Club y el Bilbao F.C.

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martes, 4 de abril de 2006

Érase una vez un pueblo de Europa

Jonathan Murillo. Los habitantes de uno de los más famosos pueblos españoles, viven en una nube. Este martes, su equipo juega su primera gran final de esta temporada, y es que gane o pierda esta eliminatoria, el Villareal ha hecho historia. En primer lugar clasificándose para la Copa de Europa, y en segundo lugar, haciendo en la presente campaña una temporada de ensueño. Está claro que este equipo funciona, lo cual se debe en mayor o menor parte, a la conexión sudamericana Riquelme-Forlán. Estos dos jugadores son el motor y el gol de un equipo que espera darlo todo en la máxima competición.

Pero al igual que todo Cenicienta tiene su madrastra, al Villareal le persigue su condición de equipo pequeño. Y es que los jugadores de este equipo parecen pequeños tornillos que sólo encajan en esta gran máquina y la hacen funcionar a la perfección. Con esto quiero decir que jugadores como Riquelme o Forlán están infravalorados. El caso de Riquelme es el más llamativo. El argentino abandonó hace tres años el F.C.Barcelona, un club cuando entonces, en horas bajas y que decidió prescindir de sus servicios. Ahora multitud de diarios y programas deportivos barajan (o han barajado) la posibilidad de la vuelta de Riquelme al Barça, actualmente uno de los mejores clubes de Europa. ¿Por qué ahora si encaja? Puede que tenga algo que ver que su precio ahora sea el doble.

Quizás sea que los directores deportivos de los clubes están ciegos, porque el de Riquelme no es el único caso. También jugadores como Morientes, Saviola u Owen, que han aspirado al Balón de Oro, se han visto obligados a abandonar sus respectivos clubes por falta de minutos; clubes que después han fichado jugadores mediocres con la intención de dar una imagen mas humilde, sin darse cuenta que todo lo que necesitaban lo “tenían en casa”. En fin; sólo cabe esperar que el Villareal elimine al Inter de Milan o que los equipos pequeños se vayan haciendo un hueco en la historia del fútbol a base de sudor y lucha y no a golpe de talonario.

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